Comunicado publicado en su web por la asociación Stop Estafadores, 29.12.2014.
Durante largo tiempo, el presunto estafador Antonio Arroyo Arroyo puso extremo cuidado en que ni las víctimas pasadas ni las futuras víctimas de sus fechorías pudieran identificar su rostro. Aún recordamos cómo, en abril de 2013, se escondía como una rata en el interior de su vehículo, mientras su pareja, Rebeca Pacheco, amenazaba a los redactores de La Sexta en plena vía pública: “¡Apaga la cámara o te la reviento!”.
Dos años después, la labor de nuestro presidente Juan Puche en su blog Alerta Trama Estafadores, la lucha tenaz de las víctimas, el trabajo jurídico de los abogados y el periodismo de investigación han popularizado ante la opinión pública la cara de este imputado.
Ahora que ya era inútil seguir escondiéndose, parece que Arroyo decidió cambiar de estrategia. Pasó de amenazar con romper las cámaras que le grabasen, a situarse voluntariamente frente a las de El Mundo. Un intento de lavado de imagen en toda regla, presentándose como un sufrido empresario víctima de una campaña de desprestigio.
Su entorno más cercano no podía disimular el inicial entusiasmo de verle como protagonista en las páginas de uno de los principales periódicos de este país, presumiendo con sonrisa de hiena de ser “el gran usurero”. A nuestro presidente Juan Puche le escribía alguien muy próximo al presunto estafador: “Todas las veces que has salido tú, son ahora las que vamos a salir los demás”. Y se deshacía en elogios hacia el usurero (tiene que haber gustos para todo): “Antonio eres un artista, y en esta [foto] estabas muy guapo, se nota que estás relajado…”.
Sin embargo, reírse de las víctimas e insultar la inteligencia de los demás no es el camino más adecuado: el lavado de imagen del presunto delincuente no se lo tragó nadie. En twitter, los tuits que aludían a esta publicación le dedicaban epítetos nada elogiosos. En la propia web del periódico que publicó la entrevista, se recogieron más de doscientos comentarios que eran, en su práctica totalidad, muy desfavorables para el personaje.
La propia periodista, Ana M. Ortiz, ofrecía en el texto algunos datos que iban contradiciendo las afirmaciones del entrevistado. Monchi, la viuda de Javier, que se quitó la vida por la estafa sufrida, desmentía tajantemente que Arroyo hubiera dialogado con su esposo para ofrecerle ninguna solución. El notable incremento de los derechos de Arroyo y sus sociedades sobre inmuebles en tan sólo un año, es un hecho objetivo que desmiente las supuestas “pérdidas” de su actividad: veremos si Hacienda tiene algo que decir al respecto. Al entrevistado se le escapaba reconocer que tal vez el gran negocio de muchos de sus “inversores” "podía estar en el interés de demora", lo que evidencia que en realidad no esperaban que se pagasen los créditos y que su objetivo era claramente otro. Aseguraba que vender “ochenta viviendas (...) con muchas cargas” no es un buen negocio, otra falsedad claramente demostrable porque las garantías que aceptaba sólo eran inmuebles sin cargas o con cargas muy reducidas. El presunto estafador obviaba también que él no suele ejecutar, sino que endosa el título cambiario a terceros que se encargan de hacerlo. Y, para poner la guinda a la entrevista, demostrando su sensibilidad de tarugo, tildaba de "deficiente o algo así” al hijo de la persona que se suicidó a causa de su actuación.
En el tintero de esa entrevista se quedaron multitud de cuestiones: cuál es la explicación del inseguro método de abonar durante una década todos los capitales de centenares de miles de euros supuestamente “en efectivo metálico”; qué tiene que decir de su condena judicial firme por amenazar de muerte a una abogada; cómo explica que en su detención hubiera una persona haciéndose pasar por director de una sucursal de Caja Duero, con documentos falsificados de esa entidad y con un dinero en efectivo que no coincidía con el supuesto capital; qué relación ha tenido con David Marjaliza, el conseguidor de la operación Púnica; o qué extraño placer, tan sádico y poco profesional, experimentó para ir a Valdemoro a presenciar en persona cómo una mujer era desalojada de su casa... Entre otras muchas.
Pero el tiro de conceder esa entrevista le salió por la culata: otros medios audiovisuales han prestado durante días atención al gran usurero y absolutamente nadie dio la menor credibilidad a sus afirmaciones. Los programas televisivos se dedicaron a desmontar sus falacias e incluso a reclamar que la Justicia actuara. Y podemos tener por seguro que no han sido los únicos ni los últimos. Arroyo no calculó el efecto boomerang de su entrevista y que sus víctimas no nos quedaríamos con los brazos cruzados. Pero a estas alturas, ya debería saber que no vamos a guardar silencio, que él no va a tener la última palabra. Salvo cuando comparezca ante un tribunal para ser juzgado.